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sábado, 27 de febrero de 2010

despertar

Repasé con mis dedos todos los abrigos de piel que colgaban de mi armario, ahora lánguidos y acusadores a mis ojos.
Mis manos todavía temblaban al recordar el sueño que me asaltó anoche.
Ese sueño había cambiado mi forma de pensar, me había hecho ver la realidad.
Recordaba claramente que era una loba de color pardo y ojos azules, que vivía escondida entre la maleza y las cortezas húmedas de los árboles. Podía apreciar todos los olores, escuchar el murmullo de las hojas al mecerse con el viento, observar todos los matices de verde que se dibujaban en la hierba y que resplandecían con la salida del idolatrado sol.
Pero un sonido seco y vibrante, rompió la magia en la que me hallaba sumida. Y el horror acelero mis pulsaciones cuando una bala rozó con ardor uno de mis costados.
Corrí desesperada, no sabía de donde provenía el disparo, ni a donde dirigirme.
Fue el miedo de sentir la muerte tan cerca y la duda de no saber a donde ir lo que me llevó a preguntarme: ¿por qué me sucedía esto a mí? ¿por qué se había roto la calma del bosque? ¿por qué había sido profanada la vida que allí habitaba?
Y después de recapacitar comprendí todo.
La vida de los animales y la calma del bosque habían sido profanadas por la codicia del ser humano, que no estando conforme con su propia piel roba a los demás la suya y sintiendo envidia de la tranquilidad de los bosques la rompe con crueldad y sin sentido.
El hombre ha estado ciego todo este tiempo, a destruido bosques, a arrancado pieles, ha dado caza sin tregua a animales hasta extinguirlos, ha ocultado el sol bajo nubes de contaminación que derriten los polos y producen enfermedades, sin llegar a darse cuenta de una cosa: “ Si destruyes la Tierra, destruyes tu hogar”
Todos hemos cometido un asesinato el de matar a quién nos dio la vida y nos proporciona comida y cobijo. La Madre Tierra.
Y ahora nos toca a nosotros, la juventud de hoy en día tenemos el deber y la responsabilidad de cuidar lo que queda de este mundo si queremos dejar que nuestros descendientes puedan tener la oportunidad de disfrutar con todo lo que nosotros hemos disfrutado.
Unamos las manos pues todas son necesarias

sábado, 2 de enero de 2010

TRIBUTO : AMADEUS MOZART

Deje que mis manos revolotearan por las teclas del piano, como si acariciaran una dulce flor, mis sentidos se intensificaron, y aunque mis ojos estaban vendados por una gruesa venda en mi mente podía ver las teclas y mis dedos acariciándolas.
Deje que la música fluyera por mis oídos y que se fundiera en el aire de la lujosa habitación, donde mi padre me había llevado.
Escuchaba sin entender muy bien, los murmullos de asombro de la gente que me rodeaba y todo terminó, los aplausos estallaron en la habitación mientras que una gran sonrisa se adueñaba de mi rostro.